La deuda que pagan todos los hombres-

A.·. L.·. G.·. D.·. G.·. A.·. D.·. U.·.
L.·. I.·. F.·.
V.·. M.·.
QQ.·. HH.·.

Como tal, el concepto de deuda puede ostentar diferentes valoraciones, no acarreando
siempre una connotación negativa. Un importe pecuniario debido es generalmente el
concepto más arraigado, bien por tradición histórica o doctrinal. No obstante, este
término también ha de ver con la moral humana, pues puede referirse a un elemento con
gran carga moral, con un deber de la persona para los demás o para consigo mismo, tal
como la deuda de un amigo con otro por un favor o ayuda prestado, el deber de un padre
o una madre con su hijo o un compromiso fraternal entre hermanos.
Un último término, y que es el que aquí nos compete, ostenta un significado más
filosófico, pues se refiere a las consecuencias de la mera existencia humana, a qué
legado u aportación dejará el ser en sí mismo en el plano terrestre cuando sus días
lleguen a su fin.
Infinidad de pensadores a lo largo de la Historia se han efectuado preguntas tales como:
quién es el ser humano y cuál es su cometido trascendental en el universo, sin embargo,
sería más preciso plantearlo desde el punto de vista que Immanuel Kant formulaba: qué
puedo hacer, qué puedo saber y qué puedo esperar. El concepto de libertad está
fuertemente arraigado en estos postulados, pero más aún lo está el del tiempo y
sabiduría.
El tiempo en sí mismo es un elemento intangible al igual que el espacio. No puede ser
controlado pero sí mesurado, su correcto aprovechamiento denota la capacidad del
individuo y su despilfarro o menosprecio expone la necedad de no sacar el máximo
provecho del que probablemente sea el más efímero y volátil de los recursos.
Sobre este elemento en constante cambio han expuestos sus tesis desde filósofos
presocráticos hasta Bergson y Heidegger teniendo un abanico tan amplio de conceptos y
reseñas que serían inabarcables en un solo escrito.
La filosofía griega, exponente inicial del exhaustivo análisis posterior al que quedaría
sometido este concepto tan abstracto, concebiría el tiempo en sí como una
transformación entre el mito, o la explicación de los fenómenos atribuido a leyendas o
deidades hasta el logos la exposición de hechos en base a factores racionales.
Aristóteles, por su parte, lo definió como “el paso entre el antes y el después” dejando
por tanto descartada cualquier afirmación sobre que el tiempo fuera un elemento
tangible, catalogable en el instante preciso y mucho menos aún material. Es por tanto
una sustancia etérea y constante cambio. Heráclito , según el principio “todo fluye”,
ligado a la esencia del Logos, constaba la afirmación de Heráclito añadiendo un cambio
en la sustancia material y física de cualquier elemento a través del paso temporal, sin
embargo, la physis, ese estado primigenio de la materia o la esencia que hace visible a
cada cuerpo a través de la percepción sensorial se mantiene inalterable.
El tiempo en sí mismo no ha estado exento de detractores, ejemplo claro de ello sería
Zenon de Enea, que mediante la histórica paradoja de Aquiles y la Tortuga afirmaba que
el tiempo en sí mismo, así como su percepción es un sofisma o mera falacia.
La concepción judeocristiana es lineal, pues se concibe el tiempo en sí mismo como un
transcurso de acontecimientos categóricos desde la creación del mundo por Dios. La
escolástica y la especialización teológica posterior seguiría esta rama argumental
explicando el tiempo en base al concepto creacional divino de la materia.
San Anselmo, en su obra Fides quaerens Intellectum, que daría paso a la neoescolástica
ya define los parámetros básicos del espacio y del tiempo en tanto en cuanto son
aspectos secundarios o de transformación de un momento inicial, la creación. Los entes
por tanto no pueden aparecer de la materia, sino de la nada o entropía, se introduce el
concepto de creación continua, que sería rebatido a su vez por San Alberto Magno.
El pensamiento moderno con filósofos como Descartes, Kepler, Guillermo de Ockham
o Galileo, introduciría el concepto de tiempo en relación al espacio y universo, sentando
las bases racionalistas que dominarían la filosofía hasta el pleno apogeo del método
científico, momento en que este estudio quedaría relegado al rango de la metafísica.
En la corriente científica son innumerables los autores que trabajan esta materia, pero tal
vez los más destacados sean Leibniz, Newton, Einsten, Stephen Hawking o Alexander
Pushkin. El elemento común que se empezaría a introducir ya en el XIX pero que hasta
Einstein no sería palpable en una fórmula que cambiaría el devenir de la historia sería el
concepto de relatividad temporal (y espacial) que resolvería el problema entre la
mecánica newtoniana y el electromagnetismo.
Desde la concepción inicial y filosófica del transcurso temporal y la transformación de
la materia a lo largo del mismo, es notorio el ligamen con la vida humana y el efecto
que la temporalidad tiene sobre un aspecto igual de relevante el estudio filosófico.
Los objetivos de cualquier modus vivendi son examinados a razón de la cuantía de
empleo de este recurso (temporal), es pues que al final de cualquier lapso, término o
plazo; el rendimiento de cuentas se hace intrínsecamente necesario.
Por ello y a razón de lo expuesto anteriormente, es notorio observar cómo la vida en sí
misma es el plazo temporal más relevante y más sujeto a cualquier planteamiento
relativo o ligado a la transformación, cuyos objetivos son mesurados en función de los
logros personales, vivencias y legado para las generaciones futuras.
En el momento en que dicha existencia en el plano físico llega a su fin, la pregunta a
realizar es: ¿qué perdura tras de mí? ¿Es la mera concepción corporal que desde la
visión clásica se tiene del humano o bien una percepción primigenia tan estudiada por la
filosofía clásica y presocrática? Nuestros huesos, al igual que el resto de la estructura
corporal perecedera yacen y acaban por desaparecer de cualquier plano físico
perceptible.
Por tanto, nuestros restos, aquel aspecto por el que nos conocieron y vieron, ese cráneo
conceptual y simbológico no representa qué fuimos ni mucho menos qué hicimos.
Cabe por ello, pasar a analizar este nuevo marco simbólico: el cráneo
Como tal y desde una definición médica, el cráneo es una cavidad ósea formada por una
articulación de un total de 8 huesos cuya principal función es proteger el encéfalo
principalmente así como toda la constitución cerebral. Sería una necedad quedarse en un
simple análisis forense si la pretensión de este escrito es profundizar en su aspecto
simbólico y filosófico.
Es un elemento primordial de la cultura religiosa más antigua, constitutivo del pilar por
excelencia del culto póstumo y del miedo que este pueda sembrar en la simple
existencia humana.
Las civilizaciones antiguas se esmeraban en guardar los cráneos de los difuntos junto
con los demás restos físicos, pues se consideraba que al guardar la osamenta por
separado se privaba al difunto de este elemento en el más allá. De igual manera, en la
cultura cristiana medieval se decapita a los suicidas a fin de enterrar su cuerpo separado
de su cabeza con la creencia de que no hallarían la salvación.
No sólo era una mera parte constitutiva de culto religioso, sino también un elemento con
el que inspirar miedo entre los enemigos o un método e intimidación. Ejemplo de estas
afirmaciones son los tocados que guerreros de alta cuna incas y aztecas portaban sobre
la cabeza, enarbolados con detallados plumajes, sílex y otras piedras semipreciosas a fin
de intimidar a cualquier adversario dando cuenta de la derrota anterior de un alto
oponente o bien como beneplácito y protección de los dioses.
Otras culturas, como los Mohawk, Apaches, Arapahoe o Hurones, decoraban los
extremos y lindes de los camposantos con los cráneos de quienes allí habían sido
enterrados, como símbolo de pésame y a su vez para delimitar un terreno sagrado por el
que sólo los líderes espirituales podían circular para labores de culto.
De igual manera, son sumamente conocidas y visitadas las catacumbas de Nápoles, que
datan del s. XI, donde se guardan miles de cráneos formando grutas y estructuras
capaces de quitar el aliento a cualquier visitante.
Ya en la edad media y moderna, como símbolo de advertencia se solían clavar en
estacas los cráneos de enemigos o ajusticiados en estacas y colgarlos en las almenas de
las ciudades amuralladas o en la plaza central de las mismas, a fin de disuadir a la
población de cualquier revuelta o crimen contra su señor.
Es tan extendido el uso pictórico y simbólico de este elemento, que puede ser
encontrado hasta en banderas. El ejemplo más notorio de ello es el Jolly Roger o
bandera pirata clásica, en la cual, se entrecruzan dos tibias (o en algunas versiones dos
sables o alfanjes) y un cráneo sonriente en la parte superior. Dicha bandera pudo ser
elaborada precisamente por un afamado templario, Roger II de Sicilia, tras la disolución
de la Orden y el empleo de 4 de sus flotas aún remanentes para castigar mediante la
piratería a los mandatarios europeos que habían propiciado el declive de la misma.
Afamados corsarios y piratas como Calico Jack Rackhman, Emmanuel Wyne, Edward
Teach (Barbanegra), Stede Bonnet o Bartholomew Roberts utilizarían este elemento en
sus banderas de maneras más o menos personalizadas, sembrando durante más de 3
siglos el terror en las aguas del Caribe a su vista.
Como repunte final, ya en la edad moderna y contemporánea, este elemento fue
incorporado a los uniformes y heráldica de diversas unidades militares, tales como la
Guardia Negra del Duque de Brunswick y posteriormente a las gorras y escarapelas de
las SS y la Wehrmacht de la Alemania nazi.
Tras estos apuntes históricos y simbológicos, sobre los que el concepto de cráneo ha
podido extenderse, como resto o concepto material de una entidad humana pasada y
enlazándolo con el primer concepto, el temporal, cabe remarcar el último de los
elementos que aquí se analizarán. No es un arma ni mucho menos, sino una herramienta
de origen agrícola que ha llegado a asimilar ese concepto de siega, corte o paso a un
plano diferente: la guadaña.
Este instrumento requiere un diseño elaborado para que su empleo produzca buenos
resultados. La guadaña se compone de una cuchilla y un mango. La cuchilla tiene forma
de arco de gran radio, que se prolonga en punta por la extremidad libre. Suele ser
de acero, más por su resistencia que por su maleabilidad.
Lejos de su descripción técnica, este útlimo elemento tiene una notoria reminiscencia y
representación muy diferente a la anteriormente descrita que alegóricamente se vería en
obras tan idílicas como Lasmuy ricas Horasdel Duque de Berry, con sus extensas
labores de labriego. No, ya en la cultura inglesa se obtiene una pista a este significado
simbólico. El Grim Reaper o Cosechador Siniestro se asociaba a la imagen de la misma
Muerte en tanto en cuanto segaba las vidas humanas, cual cereales en cosecha,
cambiando por tanto su estado de vida a muerte, haciendo que su existencia física
desaparezca, que únicamente el plano de reminiscencia no material primigenio fuera la
esencia cosechada mientras que el “sarcófago” físico autómata que lo albergaba, el
cuerpo, quedaba inerte, sin vida.
El final de esta travesía en el plano físico es un aspecto recogido por todas las culturas a
lo largo de los siglos, representada desde como una figura siniestra como la ya
mencionada pasando por un ser mitológico o increíble, una entidad etérea y benevolente
o la justicia en sí misma como ente encargado de embarcar al alma humana en ese
último viaje.
Por tanto y en conclusión el paso del tiempo a pesar de no ser percibido de facto, no
queda exento de marcar etapas diferenciadas a posteriori, hechos u objetivos que
marcan el futuro y también el pasado de la existencia de cualquier hombre. Es el deber
del mismo ser una herramienta de Luz, un hombre de Bien y de Justicia, pues al final de
ese largo camino, cuando la temporalidad, el destino o cualquier fuerza fortuita o
maquinada a la que se encuentra sometida el cuidadoso engranaje del Universo accione
esa guadaña poniendo fin a su vida, únicamente el recuerdo de sus actos, no de la gloria,
no del prestigio, sino de lo bueno que hizo en tiempo pasado quedará para recordarle.
Todo lo demás será efímero, ese cráneo conceptual que representaban sus huesos se
convertirá en polvo con el paso del tiempo, será pues cuando paguemos la deuda a la
que todos estamos sometidos: la muerte.
Un reclamo más que justo a cambio de el mayor de los dones que nos ha sido
concedido: la vida.
He dicho V.·. M.·.
H.·. Thomas More